martes, 21 de diciembre de 2010

DIAS DE LUZ

¿Brillas en la oscuridad o es de día en la memoria cuando cerramos los ojos?
("El pergamino de la seducción")

GIOCONDA BELLI

¡¡FELIZ NAVIDAD!!

sábado, 4 de diciembre de 2010

EVOCACIÓN

Eran las nueve de la mañana en España, me encontraba en casa, aun acostada aunque despierta, pues estaba pendiente de mi móvil, esperando ansiosa cualquier señal tuya. El teléfono sonó, me saludaste con unos buenos días, yo contesté en voz baja entre pudorosa y sensible, aun no estaba acostumbrada ni a tu voz ni a tus llamadas, todo era tan nuevo…
Te encontrabas por cuestiones de trabajo en Senegal, en ese momento en la habitación del hotel donde te alojabas, me preguntaste - ¿qué haces? Yo conteste, - aun estoy en la cama y solté una carcajada nerviosa, tú sonreíste también y añadiste – pues yo estoy en la bañera tomando un baño caliente, hago tiempo hasta que vengan a recogerme.
Yo empecé a reconocer el sonido del agua cuando agitabas tus manos, te comenté que también me bañaría cuando me levantara. Mi imaginación aprendió a volar en aquella época. Nos dedicamos una conversación deliciosa donde las preguntas y las respuestas eran absolutamente insinuantes y seductoras, algo especial nos estaba ocurriendo y su definición adoptaba nombre propio, deseo…
Al menos yo lo sentía en mi propio cuerpo. Mientras me hablabas y me contabas anécdotas de tu viaje, no podía dejar de imaginarte en esa bañera, desnudo, tu mano jugando con el agua, derramándola por tu pecho a la vez que me preguntaba cómo sería tu cuerpo, grande seguro, blanco de piel, de espaldas anchas y vello rubio al igual que tu pelo, apoyado en un costado de esa bañera llena de espuma que acariciaba tu piel.
Mi cuerpo empezó a reaccionar, cuando me quise dar cuenta estaba fuera de las sabanas, uno de mis pechos se había salido por el escote de mi mini camisón y su pezón eréctil reclamaba caricias. Obedeciendo a los estímulos que en ese momento se repartían por todo mi ser, empecé a acariciarme, con los ojos cerrados, embobada
en tus palabras, a veces hacías pausas como cuando no se sabe que decir y a la vez se quiere decir todo, entonces yo reaccionaba apurada porque no te percatases de mi estado. Esa mañana me arrastraba entre los sentires de una excitación incontrolada y la idea de sentirte desnudo, tan cerca y tan lejos de mí, yo quería pasar al otro lado, ser el agua, tu gel, ser la esponja que rozara tu cuerpo mojado, para más tarde ser la toalla que secara tu humedad, pararme en tus labios y sumergirme en tu boca, descifrando sabores…
Me costaba procesar todo lo que estaba sintiendo y descubriendo, tanto de mí como de ti, ese deseo me embriagaba por completo, enseñándome caminos nuevos donde mi sexualidad parecía acabarse de conocer, en una edad donde sentía que mi cuerpo hervía en pasiones nuevas, y me llevaban al más salvaje deseo que jamás había sentido por un hombre, asustada y a la vez maravillada, decidí dejarme llevar por las experiencias que se presentaban, comencé a descubrirme, a vivir una nueva intimidad donde mi sexo y yo éramos cómplices absolutos de la lascivia que provocabas en mi cuerpo.
Unos golpes sonaron en la puerta, tú asombrado dijiste: - Vienen a buscarme, te tengo que dejar, luego te volveré a llamar. Yo aun atontada por tanto sentir te dije – Vale, espero tu llamada. Un beso...
Nos despedimos.
Aun en la cama, mis manos recorrieron mi cuerpo, eran como si tuvieran vida propia y ni yo misma las pudiera controlar, al llegar a mi sexo este estaba hinchado, caliente, tan lleno de deseo que al tocarlo mi dedo se hundió en su profundidad, calado de mi excitación comencé a acariciar mi clítoris y ahí empecé a disfrutar del ritual de pensarte y dedicarte mis orgasmos, mientras que imagino que son tus dedos, tu boca, tu sexo, los que me dan el más maravilloso de los placeres convertidos en unos intensos e inimaginables orgasmos.
Me enloquecía sentir el hambre de nuestros cuerpos, la sed por devorarnos las bocas, la necesidad por acoplar nuestros sexos. Quería oler a tu lascivia y empacharte de mi pasión en la locura de tus madrugadas, que tú fueras la razón de mis sueños y hacernos el amor hasta que el amanecer nos cubriera exhaustos de nosotros mismos.

Amanteceres
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