"Dicen que para amar con toda el Alma hay que pecar con todo el cuerpo...". Pero hablando de pecados, hay algunos que merecen la pena caer en la tentación de probarlos, como es el de la lujuria, de esto último me confieso pecadora perdida, de las que ya no tienen absolución, asumo la "Mea Culpa" porque hay cosas que a esta simple mortal no le pasan desapercibidas y espero que nunca cambie en esto mi aptitud, creo que simplemente son síntomas de vida y yo me siento apasionadamente viva...


Era sábado, el reloj marcaba las ocho de la mañana, el silencio reinaba en los despachos, aprovechando esa calma me dispuse hacer mi trabajo en la mayor brevedad posible. La mañana iba avanzando satisfactoriamente, llevaba más de la mitad del proyecto, un último esfuerzo y quedaría todo prácticamente terminado, salvo repasos de última hora, cuando algo me distrajo del ordenador, era un ruido de pasos que se acercaba cada vez más cerca de mi despacho, pensé en el guardia de seguridad, pero este los sábados no trabaja, hasta que por fin una sombra apareció por la puerta y al unisonó de una voz dijo:
- ¡Hola! No sabía que estabas aquí.
Era él, el joven guapo y apuesto, yo aun estaba asustada pero poco a poco mi semblante fue pasando del miedo a la satisfacción.
- ¡Qué susto! ¡Hola! Pensaba que estaba sola y casi me da algo al oír los pasos.
- Lo siento... Yo también creía estar solo, no te oí llegar. He venido a adelantar trabajo, mi mesa está llena de informes que poner al día. ¡Oye! ¿Te gusta la comida China? Acabo de encarga por teléfono, me disponía a ir a la entrada, esta al llegar.
En ese momento sonó la puerta, la comida llegaba, se dirigió hacia ella, a su vuelta volvió a comentar:
- No me has dicho si te gusta, podemos compartirla, he pedido de sobra.
-¡0h! Sí, sí, me encanta, gracias.
- Pues no se hable más que se enfría, vamos a mi despacho.
Yo le seguí igual que un perrito sigue a su amo, esperando con la misma impaciencia la galletita que se acababa de ganar.
Hizo sitio en su mesa, depositó los envases y me dio unos palillos chinos, yo me senté en una esquina de la misma, él justo en la otra, así lo teníamos todo más a mano.
Durante la comida charlamos bastante sobre cosas muy diferentes, de forma muy agradable, sin darnos cuenta habíamos creado un ambiente en el que cada vez nos sentíamos más cómodos. Terminamos de comer, recogimos todo. Me ofreció un café de la maquina del pasillo, yo lo acepté, pues soy una cafetera empedernida, volvió con los vasos, de nuevo se sentó en la mesa, pero esta vez a mi lado, tan juntos que los brazos se rozaban constantemente, sus ojos se clavaron en los míos y el deseo se palpaba. De repente se pronunció:
- Sabes, llevo días preguntándome ¿A qué sabrán tus labios? ¿Cómo serán tus besos?
Yo contesté sutilmente:
-Ahora mismo a café y en cuanto a mis besos puedes comprobarlo tu mismo, si te apetece...

Continuará...