Hacia bastante tiempo que me rondaba por la cabeza una fantasía, la de desnudar a un hombre de forma salvaje, arrancando los botones de su camisa, uno a uno, sacando mis instintos mas primitivos e irracionales. Indecente, atrevida, furiosa, procaz, ardiente, sin medida… Llegar a dominarlo y someterlo por completo, hasta mi total y absoluta voluntad…
Allí estaba la ocasión, me esperaba en su casa, cumplía todos los requisitos, camisa de un blanco impoluto y una sonrisa que invitaba a imaginar…
Me encaminé hacia él, en silencio, sigilosa, como una fiera acecha a su presa, afilando sus colmillos, relamiéndose antes de tiempo del anhelado festín…
Cuando lo tuve frente a mi nos miramos, ninguno de los dos pronunció palabra, mis manos se dirigieron hacia su pecho, pero de repente y sin saber muy bien el porqué, las ansias y la premura por devorarlo adquirieron su total y más compleja dualidad cuando, al tocarlo, sentí la calidez de su cuerpo, la necesidad por acariciarlo, por sentir su pasión, de poseerlo pausada y lentamente. Esa sensación alteró mis ganas, convirtiéndose en el más inminente de mis deseos.
Mis dedos se deslizaron por la fina tela , hasta llegar al primero de sus botones, entonces, como si se tratara de un ritual, me inicié a desabrocharlos con suma delicadeza, hasta que su torso quedó al descubierto, mi boca comenzó a recorrerlo cubriendo su torso de suaves besos, mientras que mis manos se colaban por sus costados hasta alcanzar sus hombros, eché hacia atrás su camisa sin llegar a quitarla del todo. Seguíamos en silencio, nuestros labios se encontraban a escasos centímetros el uno del otro, las respiraciones se mezclaban dulcemente haciendo más difícil aun el aguantar la inercia de fundirnos en un beso, de un impulso me giré hacia su espalda, pegando completamente mi cuerpo al suyo, mis manos se aferraron a sus caderas, apretándolo con fuerza contra mí. El calor de mi aliento se estrellaba en su nuca, mi boca mordía delicadamente su cuello, mi lengua jugaba con el lóbulo de su oreja, su piel se estremeció, el calor de la carne y la excitación de ambos emanaban entre gemidos y susurros de placer… Retiré su camisa por completo y lo sugerí que permaneciera inmóvil por unos instantes. En un nuevo aviso le pedí que se diera la vuelta, al volverse se sorprendió gratamente, la expresión de su cara lo delató al ver toda mi ropa tirada en el suelo,yo, solo llevaba puesta su camisa... Lo miré con avidez mientras le hacia una sutil sugerencia:
-Ven… Hazme el amor o fóllame, haz conmigo lo que te apetezca, pero con una condición, hoy somos tres… Tú, yo y tu camisa… Esbozando una sonrisa maliciosa añadió: -Contigo lo quiero absolutamente todo… Hoy mandas tú. ¡Caprichosa…!
Lo que aconteció después lo dejo a la imaginación o "capricho" de todos vosotros….
Amanteceres